la belleza es algo muy bello y lo que nos identifica a nosotras las mujeres nos caracterizamos or ser una de las creaciones mas bellas de DIOS :)
La belleza impone
incesantemente en nosotros su presencia. Tan es así que Agustín
de Hipona llegó a preguntarse si amamos por ventura algo fuera
de lo bello. Pero, qué es lo bello; qué nos atrae y
aficiona hacia lo hermoso. “La belleza es difícil”,
afirmaba Platón: por qué un cuerpo humano es hermoso
y otro no lo es; por qué un paisaje golpea dulcemente y otro
causa agria repulsa; por qué una pintura atrae y otra ocasiona
rechazo; por qué algunas composiciones musicales, poéticas,
arquitectónicas, escultóricas nos hacen exclamar “¡qué
bello!”, mientras tantas otras pasan desapercibidas o sencillamente
desagradan; ¿qué es lo que nos atrae y aficiona a las
cosas que amamos? Porque, ciertamente, si no hubiese en ellas alguna
gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia
sí.
En la antigüedad
griega Policleto fijó un canon que hizo consistir la belleza
en la proporción del cuerpo humano como correspondiente a siete
veces y media la altura de la cabeza; en el renacimiento, Vitrubio
hizo consistir la belleza en general en la proporción armónica
de las partes. Fue a partir de un estándar de belleza del cuerpo
humano que se pasó a un metro de la belleza en general donde
la condición para ser tal sería la proporción
y la armonía siempre materiales. Hoy, la dictadura de las opiniones
comunes sintonizaría amigablemente con aquellos criterios permitiendo
a muy pocos identificar la belleza con algo que no fuese la apariencia
externa del cuerpo humano. ¿Y es que acaso se puede negar la
belleza que hay en algunos de ellos? Ciertamente no pero es que tampoco
lo es todo.
La belleza física
es efímera y por tanto imperfecta. Lo bello, lo auténticamente
bello, no muere sino que se convierte en otra cosa bella.
Hace poco leí
una poesía titulada “Las manos feas”. Ella hizo nacer
en mí las primeras reflexiones sobre el valor de la verdadera
belleza. La transcribo íntegramente:
— “Mamá:
–le dijo el niño– eres hermosa,
tu rostro es el trasunto de una diosa”.
Sonrióse la madre enternecida,
mas el niño tornando a otras ideas
añadió con palabras conmovidas:
— “pero tus manos son tan feas”...
Calló el niño al mostrar estos decires,
mas replicó la madre:- “no las mires si tanto
te disgusta contemplarlas”.
— “No lo puedo evitar –le dijo el niño–
si al palpar con ávido cariño
tengo ¡oh madre!
al instante que apartarlas”.
El padre que escuchaba al niño dijo:
— “te contaré una historia mi buen hijo:
hace tiempo dormía
rozagante un niño
encendióse el mosquitero
y las llamas del fuego traicionero
amenazaban la vida del infante.
La nodriza corrió despavorida,
mas la madre heroica decidida
el fuego dominó a manotadas
salvando de las llamas a su niño
pero sus manos de blanco armiño
quedaron sin piedad carbonizadas.
Y cuando al final las vendas le quitaron
sus manos deformadas le quedaron.
El niño comprendió y en un instante
voló hacia su madre diciendo
entre sollozos extrahumanos:
— “no hay manos cual las tuyas en el mundo”.
Sí, físicamente
en las manos desfiguradas de la madre se puede encontrar una fealdad
que nos las hace valorar como monstruosas en un primer momento; sin
embargo, este reparo queda superado por la belleza del gesto por el
cual su hermosura física no decanta en fealdad sino que es
sublimada; una belleza que no podrá ser ya percibida exclusivamente
con los ojos del cuerpo sino que precisará siempre de los del
alma. Es así que la belleza de la donación, del amor,
de la virtud: la belleza inmortal, se descubre internamente, con los
ojos del espíritu. Con esos ojos quedamos fascinados y somos
aptos para aprender que el atractivo del cuerpo no lo es todo.
Primariamente
somos como el niño de la poesía que sabe apreciar la
armonía estética del rostro de su madre; pero sabemos
lo que viene: no permanece en una consideración meramente externa.
Es la virtud de la obra realizada por su madre la que le permite abrir
los ojos del alma y reconocer una belleza suprema que le llevan a
declarar el último verso: “no hay manos cual las tuyas
en el mundo”.
¿Qué
es la belleza? La belleza es la marca que suele sonreír con
esplendor en la bondad, en la verdad y en el amor que hay en las obras
que hacemos. ¿Y los cuerpos humanos? No es falso que hay cuerpos
humanos armónicos y proporcionados que impresionan y podemos
catalogar como hermosos. Mas no podemos permanecer en un miramiento
material de lo bello. Si somos capaces de captar la belleza de un
acto de amor como el antes mencionados, debemos esforzarnos por dar
el paso de lo meramente exterior a la realidad profunda que capta
el espíritu, lo que captamos dentro de nosotros; así
estaremos más preparados de percibir toda verdad, bondad y
amor que, en suma, llevan la impronta de la belleza que nunca caduca.
Porque la belleza,
hermana de la Verdad, arte puro y enemiga de lo artificioso, es fuerza
y gracia unida en simplicidad, nos salvará. Nos salvará
porque nos ayudará a discernir entre lo verdadero y lo falso,
entre lo bueno y lo malo, entre lo lícito y lo ilícito…
¿Quién no sucumbe ante la belleza de dos esposos que
se abren a la vida en el respeto, comparten en familia y unidad lo
próspero y lo adverso, la salud y la enfermedad? ¿Quién
no se arrodilla ante el misterioso milagro de la vida? ¿Quién
no se conmueve con la beldad de la inocencia, la dependencia y la
necesidad de protección de un recién nacido? ¿Quién
es capaz de no captar la belleza de una vocación a la vida
consagrada nacida en el jardín de la juventud generosa? ¡¿Quién
puede negar que la belleza exista?! Buen remate dio Cervantes cuando
escribió: “La hermosura que se acompaña con la
honestidad es hermosura, y la que no, no es más que un buen
parecer”. Ahí el detalle. Quien busque con honestidad
la belleza será capaz de verla con los ojos del alma. Y esos
mismos ojos, indefectiblemente, le llevarán al autor; a ese
autor que no tuvo apariencia humana en su pasión y luego, resucitado,
revestido por el valor de su acto supremo de donación, es la
Belleza misma.